Época:
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1900

Antecedente:
Arquitectura del siglo XIX

(C) Alberto Darias Príncipe



Comentario

El término proviene del vocablo griego exlego, escoger, y ésta es en síntesis su íntima naturaleza: aquel estilo que se conforma de la elección y combinación de formas procedentes de diferentes lenguajes y que fundidos dan uno nuevo. Cuando abordamos la Historia de la Arquitectura comprobamos que el eclecticismo es casi una constante; pocos son los momentos en que un estilo se nos ofrece puro, sin mezclas o adiciones y, sin embargo, en la arquitectura decimonónica hay algo diferenciador y definidor, hay una voluntad estilística que conscientemente busca un nuevo lenguaje a través de estas formas que no son originales.
Este es el espíritu que impregna gran parte del siglo XIX. A comienzos de siglo, el filósofo francés Cousin ya propone este sistema. Thomas Hope en 1835 lo hace suyo para el mundo de la arquitectura, pero no se conforma sólo con mirar el pasado, sino que aconseja conjugarlos con los presentes e incluso con las posibilidades que surjan en el futuro. En España Juan de Dios de la Rada Delgado, en el discurso de ingreso a la Academia confirma la solución del eclecticismo al decir que "nuestro siglo tiene un espíritu de asimilación". También otras soluciones contemporáneas miraban hacia atrás; los historicismos se presentan como otra de las alternativas a la búsqueda de un estilo que sacara a la corriente clásica del callejón sin salida al que había llegado.

Desde que los artistas italianos habían interrumpido el desarrollo del gótico en el siglo XV, la arquitectura había vivido del legado grecorromano; ahora era necesaria una nueva respuesta y no se hallaba. Por eso, en principio, el eclecticismo se planteó como una solución transitoria hasta que se lograra el estilo propio.

La evolución de este lenguaje es, a grandes rasgos, bastante simple, pues paulatinamente se va perdiendo el rigor clásico para alcanzar formas más libres y de mayor complejidad.

En España el retorno de Fernando VII significó también para la arquitectura una continuación de los principios clásicos. Tenemos que esperar al reinado de Isabel II para constatar cómo, aun dentro de las estructuras clásicas, la libertad estilística es un hecho. Por último, en la Restauración el recuerdo del clasicismo resulta cada vez más lejano y la libertad ecléctica es completa.

En cualquier caso, el elemento ornamental adquiere una importancia mayor, puesto que ahora va a ser uno de sus aspectos diferenciadores. El arquitecto ecléctico mantiene durante poco tiempo una señal que personalice su obra, pues ahora puede escoger entre diversas opciones (toda la gama de historicismos además del versátil eclecticismo), pero incluso no tiene inconveniente en resolver una construcción dando a escoger al promotor diversos tipos de fachada, lo que nos habla más de una falta de convicción que del deseo de dar con el estilo que centrara esta situación de indeterminación.

En nuestro país, la salida más correcta y lógica al neoclásico fue el neorrenacimiento, puesto que se seguían moviendo por parámetros similares. Pascual Colomer fue uno de los pioneros en la evolución hacia fórmulas más sueltas. En 1842 se presenta al concurso para levantar un palacio de Congresos obteniendo el premio: si su planta está cerca de los postulados neoclásicos, la fachada resulta mucho más libre por cuanto al pórtico clásico se contrapone el resto de la fachada con soluciones cuatrocentistas. El neorrenacimiento es claro en el Palacio del Marqués de Salamanca, cuyo estilo lombardo se desarrolla dentro de una decoración muy alejada del estilo anterior.

Si Colomer pertenece a la última generación académica, Jareño se integra ya en esas primeras promociones tituladas en la Escuela de Arquitectura. Como bien dice Navascués, el cambio fue paulatino, pues los primeros profesores pertenecían a la generación académica y es lógico que las enseñanzas impartidas estuvieran impregnadas de los antiguos conceptos. La nueva generación también cultivó el italianismo, pero para ellos era el inicio de algo que derivaría pronto por otros derroteros. Jareño, por ejemplo, tiene como obra máxima la Biblioteca Nacional en la que, aunque sufrió considerables cambios con respecto al proyecto por los avatares de su larga ejecución, podemos comprobar la influencia del neohelenismo en la fachada, posiblemente en parte por la fuerza que ejerce la obra de Schinkel.

El período transcurrido entre el derrocamiento de Isabel II y el advenimiento de su hijo Alfonso XII (conocido también como Sexenio Revolucionario) es rico en experiencias y es también durante estos años cuando se suceden una serie de cambios que desembocan en esa fértil etapa que es la Restauración.

Con Ortiz de Villajos, el eclecticismo llega a su madurez, logra un estilo propio, conjugando diversas soluciones que, como hemos indicado, al fundirse producen un estilo nuevo y sin relación con los primeros. La iglesia del Buen Suceso se configura como arquetipo de su estilo personal.

Estas dos soluciones van a ser los caminos por los que normalmente caminará el eclecticismo: la raíz clásica y la raíz medieval, si bien la primera es más abundante. Cuando empleemos el calificativo clásico no nos circunscribimos sólo al renacimiento o al neoclasicismo, sino a todo el ciclo de la Edad Moderna. No es muy raro ver la mezcla de elementos entre los que cabe mencionar todo un repertorio extraído del barroco francés.

Francia siguió siendo el origen de muchas maneras arquitectónicas. Una de las que más éxito obtuvo fue el estilo II Imperio, surgido a mediados de siglo y procedente del barroco francés. Es una fórmula exuberante, repleta de elementos decorativos, que alcanza una rotundidad de formas muy corpóreas, así como la solución del remate, tremendamente movido, a base de pabellones en los extremos y en los cuerpos centrales.

En España se adopta plenamente, desplazando la discreción del neorrenacimiento italiano.

Entre los que optan por las soluciones neomedievales hay que destacar la figura de Fernando Arbós y Tremanti en algunas de sus obras más importantes. Ya en el proyecto de la basílica de Atocha incluye fórmulas medievales italianas; también en la iglesia de San Manuel y San Benito proyectó Arbós elementos arquitectónicos italianos, como la torre, o fórmulas decorativas, de modo que ciertos ecos orientalizantes pueden proceder de soluciones vénetas que se emparentan con el mundo bizantino. Arbós es también una muestra de la capacidad del arquitecto decimonónico para alternar las soluciones y los cambios más imprescindibles. Al lado de esta arquitectura religiosa, nuestro arquitecto ejecuta un edificio para la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en una línea diametralmente opuesta, pues se aproxima a ciertas concepciones racionalistas; es conveniente recordar que es ésta una de las primeras obras, compartiendo además el proyecto con José María Aguilar y Vela.

El eclecticismo de Mélida va también por derroteros de matiz histórico. Con una obra amplia y diversa es el arquitecto más completo de su generación: escultor, ceramista, decorador, diseñador, arquitecto... Arturo Mélida sigue en sus edificios más conocidos el eclecticismo historicista, como en la Escuela de Artes Industriales que levantó junto al convento de San Juan de los Reyes en Toledo (restaurado por él), donde funde formas isabelinas con otras mudéjares. Este estilo triunfó en el pabellón para la Exposición de París de 1889, premiado y muy elogiado, acompañado por toda la rica decoración cerámica que había mostrado en otros.

La abundancia de lenguajes que se fueron presentando durante el siglo XIX recortaron bastante el monopolio arquitectónico que durante años mantuvieron los estilos clásicos; sin embargo, quedó una parcela en la que la arquitectura clasicista se mantuvo incólume durante toda la centuria: los edificios de carácter representativo. Siempre se le adjudicó a los órdenes clásicos la virtud de representar el poder, quizá por la dignidad que ellos conllevaban, quizá por el espíritu distante, óptimo para las instituciones; en cualquier caso, hasta entrado el siglo XX no imaginamos un edificio de carácter público que no se vea acompañado por detalles clásicos. En el Madrid de la Restauración, que intentaba ponerse a la altura de otras capitales europeas, muchas instituciones carecían de inmuebles dignos y en este aspecto fue abundante la intervención de la última generación plenamente decimonónica.

Adaro con el Banco de España, Aguado con la Real Academia de la Lengua o Repullés con el edificio de la Bolsa son algunos de los nombres más significativos. Pero la figura más conocida a nivel popular quizás sea Ricardo Velázquez Bosco. Sus edificios, siempre sobre la base de un aspecto monumental, reiteran la disposición: fachadas, comúnmente amplias, acotadas por pabellones esquineros y un cuerpo central bastante ampuloso, igualmente resaltado. La plasticidad que le confiere a ciertas partes de la obra (mansardas, por ejemplo) y algunos elementos decorativos lo aproximan al estilo II Imperio. Así lo podemos comprobar en la Escuela de Ingenieros de Minas o en el Ministerio de Fomento. Pero incluso en edificios que, por su funcionalidad, se alejan de las tipologías anteriormente mencionadas, como el Palacio Velázquez, mantienen su apego a la grandilocuencia.

En el resto del país, el eclecticismo tiene también un fuerte arraigo. De inmediato viene a la mente el caso de Cataluña, zona en la que se dan las condiciones óptimas para desarrollar este estilo:

1) Una economía fuerte gracias a una industria que se mantenía, a pesar de las crisis económicas.

2) Una burguesía rica con un modélico espíritu ciudadano gracias a otro factor básico, el nacionalismo moderado y maduro que le lleva a luchar con las armas que ofrece el gobierno central para lograr una autonomía amplia.

3) Un resurgimiento cultural que le sirve de base para identificarse como pueblo a través de su lengua, su literatura y su arte.

Barcelona cuenta con una legión de arquitectos que también buscaban un nuevo estilo; Doménech i Montaner en su escrito "En busca de una arquitectura nacional", con planteamientos similares a los de Thomas Hope, ofrece una solución que, por otra parte, no creemos que sea exclusivamente catalanista. Viene a ser, por tanto, una voz más en el panorama general de búsqueda de un estilo. Por esos años se insiste especialmente en el historicismo, pues se trata, como escribiera Mireia Freixa, de asumir la tradición al mismo tiempo que hay una clara voluntad de modernización. Frente a esta tendencia se abre camino la opción ecléctica encabezada por Doménech y Vilaseca. Esta vía obtendrá su cima y triunfo en la Exposición de Barcelona de 1888 con una serie de edificios representativos de la arquitectura ecléctica catalana, en especial el Arco de Triunfo de Josep Vilaseca y, sobre todo, el café-restaurante (hoy Museo de Zoología) de Doménech, donde se pone en práctica la vinculación entre la tradición y las más modernas técnicas.